Hacer, hacer, hacer.
Vaya, venga, estudie, trabaje, juegue, disfrute los años que le queden sobre este suelo, viva con lo que trajo, transfórmelo, multiplíquelo, réstelo, divídalo como peces y panes, baile, bese, mate, de a luz a otro mareado como usted, venda, compre, dé, reciba, cosa, rece, sufra, triunfe, cure, mate, haga feliz la vida de otros, rompa las pelotas, coleccione mariposas, salve el mundo, haga cine y política y panqueques, crea cosas, vote, respire hondo. Usted morirá.
el sol es un ojo desnudo
martes, 18 de enero de 2011
viernes, 17 de diciembre de 2010
En una sociedad floreciente
En una sociedad floreciente como la suya, ofrecer comida y bebida al visitante es un rito rigurosamente observado, que llena de orgullo a su pueblo. Quienes cocinan son las mujeres. Nadie considera necesario consultarlas en este asunto ni en ningún otro. La idea de niñez no existe, sólo hay futuros hombres o futuras sirvientas.
Ellos aprendieron que la comida y la solidaridad son importantes en las hambrunas del desierto; en las mujeres y los niños sólo pueden ver continuidad de la raza.
En una sociedad floreciente como la suya, las viejas son consultadas en cada asunto de importancia y escuchadas con respeto. Ellas deciden los matrimonios y eligen a los jóvenes que serán sacrificados cuando la lluvia no llega. En ese pueblo donde el matrimonio es una decisión económica o política, el amor es subversivo. Cuando es descubierta una pareja de enamorados, se expone a los amantes al oprobio general y se los elimina sin piedad.
Así hacen desde que, tiempo atrás, virtudes juveniles como el arrojo y la audacia de los cazadores resultaron inútiles ante la sequía que mataba plantas y animales, siendo la sabiduría de las madres y abuelas la que salvó a todo el pueblo de la extinción.
En una sociedad floreciente como la suya, la violencia es una deshonra y tomar una vida es un crimen mirado con horror. Por eso no se mata a los bastardos nacidos de amantes pertenecientes a castas diferentes; la ley prescribe ignorarlos como si no existieran, sin tocarlos ni mirarlos, dejando que sobrevivan entre cloacas y basurales.
Antiguamente, su civilización estuvo a punto de desaparecer, debilitada por la guerra civil y las intrigas palaciegas. Los sobrevivientes enseñaron a sus hijos a respetar la vida, y a aplicar estrictas reglas formales a cada ámbito de sus vidas.
En una sociedad floreciente como la suya, la libertad se pregona como un valor absoluto, que sólo encuentra su límite en la libertad ajena. Por esto, son los comerciantes los que detentan el verdadero poder, aplicando a sus transacciones una libertad que arruina a los trabajadores a quienes pagan con monedas mientras ellos gozan de una libertad comprada con el hambre ajeno.
Cuando ellos llegaron a la tierra que hoy es su patria, huían de la tiranía de un rey que los obligaba a profesar una religión en la que no creían. Desde entonces, juraron respetar y proteger la libertad de pensamiento, pero no se les ocurrió que a las libertades no las coarta sólo la censura, sino también la falta de opciones.
En una sociedad floreciente como la suya, todo el mundo trabaja y todo el mundo come. No hay privilegiados ni desposeídos. El arte, al ser improductivo, es considerado un elemento suntuario propio de culturas degeneradas. Dedicarse al arte es sinónimo de vagancia, un delito sumamente grave en una cultura como aquella, y las prisiones están llenas de tales delincuentes.
Antiguamente, habían sido un pueblo gobernado por ociosos, quienes, sin otra cosa que hacer, se dedicaban a la música, la pintura y la danza; cuando la gigantesca horda de esclavos rebeldes aplastó a la debilitada aristocracia, arrasó también, con odio y horror, con todos aquellos objetos de arte que tanto sufrimiento les habían costado. Por eso, ven en cada dibujante o bailarín la semilla de la perversión de su raza, y si no pueden doblegarlo, lo aniquilan.
Ellos aprendieron que la comida y la solidaridad son importantes en las hambrunas del desierto; en las mujeres y los niños sólo pueden ver continuidad de la raza.
En una sociedad floreciente como la suya, las viejas son consultadas en cada asunto de importancia y escuchadas con respeto. Ellas deciden los matrimonios y eligen a los jóvenes que serán sacrificados cuando la lluvia no llega. En ese pueblo donde el matrimonio es una decisión económica o política, el amor es subversivo. Cuando es descubierta una pareja de enamorados, se expone a los amantes al oprobio general y se los elimina sin piedad.
Así hacen desde que, tiempo atrás, virtudes juveniles como el arrojo y la audacia de los cazadores resultaron inútiles ante la sequía que mataba plantas y animales, siendo la sabiduría de las madres y abuelas la que salvó a todo el pueblo de la extinción.
En una sociedad floreciente como la suya, la violencia es una deshonra y tomar una vida es un crimen mirado con horror. Por eso no se mata a los bastardos nacidos de amantes pertenecientes a castas diferentes; la ley prescribe ignorarlos como si no existieran, sin tocarlos ni mirarlos, dejando que sobrevivan entre cloacas y basurales.
Antiguamente, su civilización estuvo a punto de desaparecer, debilitada por la guerra civil y las intrigas palaciegas. Los sobrevivientes enseñaron a sus hijos a respetar la vida, y a aplicar estrictas reglas formales a cada ámbito de sus vidas.
En una sociedad floreciente como la suya, la libertad se pregona como un valor absoluto, que sólo encuentra su límite en la libertad ajena. Por esto, son los comerciantes los que detentan el verdadero poder, aplicando a sus transacciones una libertad que arruina a los trabajadores a quienes pagan con monedas mientras ellos gozan de una libertad comprada con el hambre ajeno.
Cuando ellos llegaron a la tierra que hoy es su patria, huían de la tiranía de un rey que los obligaba a profesar una religión en la que no creían. Desde entonces, juraron respetar y proteger la libertad de pensamiento, pero no se les ocurrió que a las libertades no las coarta sólo la censura, sino también la falta de opciones.
En una sociedad floreciente como la suya, todo el mundo trabaja y todo el mundo come. No hay privilegiados ni desposeídos. El arte, al ser improductivo, es considerado un elemento suntuario propio de culturas degeneradas. Dedicarse al arte es sinónimo de vagancia, un delito sumamente grave en una cultura como aquella, y las prisiones están llenas de tales delincuentes.
Antiguamente, habían sido un pueblo gobernado por ociosos, quienes, sin otra cosa que hacer, se dedicaban a la música, la pintura y la danza; cuando la gigantesca horda de esclavos rebeldes aplastó a la debilitada aristocracia, arrasó también, con odio y horror, con todos aquellos objetos de arte que tanto sufrimiento les habían costado. Por eso, ven en cada dibujante o bailarín la semilla de la perversión de su raza, y si no pueden doblegarlo, lo aniquilan.
lunes, 13 de diciembre de 2010
Nosotros somos todos
"Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Gongreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen, en cumplimiento ...de pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino; invocando a la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución para la Nación Argentina."
jueves, 9 de diciembre de 2010
las cosas son lo que parecen
Hay carnicerías que parecen peluquerías.
Peluquerías que parecen pubs.
Pubs que parecen boliches.
Boliches que parecen una estación de tren en hora pico.
Estaciones de tren en hora pico que parecen zonas de catástrofe.
Zonas de catástrofe que parecen zonas ocupadas.
Zonas ocupadas que parecen carnicerías.
Las cosas son lo que parecen.
No lo que dicen ser.
Peluquerías que parecen pubs.
Pubs que parecen boliches.
Boliches que parecen una estación de tren en hora pico.
Estaciones de tren en hora pico que parecen zonas de catástrofe.
Zonas de catástrofe que parecen zonas ocupadas.
Zonas ocupadas que parecen carnicerías.
Las cosas son lo que parecen.
No lo que dicen ser.
viernes, 19 de noviembre de 2010
jueves, 11 de noviembre de 2010
Mal de uno solo
Es alto y está claro que va regularmente al gimnasio. Tiene la naríz corta, los ojos grandes, el pelo negro, lacio, espeso y largo; cuando sonríe se le ven los colmillos, más afilados y triangulares de lo normal, lo que armoniza bien con el resto de su persona, como si alguien lo hubiera diseñado teniendo en mente un personaje de historieta, alguna clase de vampiro de ésos que se usan ahora o un ser más o menos mítico. Es lindo, aunque parece más lindo al describirlo que al recordarlo.
Está chateando con alguien a quien no conoce; le llega una foto. Se ríe a carcajadas. La foto muestra a una chica muy gorda en equipo de gimnasia.
La chica gorda se va del chat y lo deja hablando con su prima. Hablan de ella. ¿Así que tiene novio? ¿y quién es? ¿Babe? ¿me la chuparía si me la untase con mayonesa?
Sigue riéndose mientras trata de sostener sobre sus rodillas un plato de arroz. El plato no cabe en el escritorio, que está polvoriento y lleno de cosas, de modo que trata de tenerlo apoyado en el regazo mientras escribe. Hace un gesto brusco y el tenedor se cae al suelo. Lo levanta lleno de pelos y polvo. Decide no usarlo, pero como no quiere dejar de chatear, se come el arroz del plato como si fuese un perro. Tiene los labios grasientos y está vestido con una horrenda bata azul de paño que le queda larga. Hace tres horas que está chateando.
Parece que la chica gorda volvió al chat y dijo algo. Él se ríe otra vez. Gorda pelotuda ¿quién te va a querer tocar? ¿te la imaginás con el novio? Debe ser igual que ella, qué asco.
La única luz en la habitación es la del monitor. Hay montones confusos de ropa, revistas, películas y tazas o platos por todas partes. Hay olor a encierro y a ropa sucia. Se levanta, arrastrando los pies. Hace pis en el baño y vuelve. Recoge el plato de arroz de la pila de ropa sobre la que lo había dejado. Cierto que no tenía tenedor. Bueno. Sigue comiéndose el arroz como un perro y riéndose de esa chica tan gorda.
Está chateando con alguien a quien no conoce; le llega una foto. Se ríe a carcajadas. La foto muestra a una chica muy gorda en equipo de gimnasia.
La chica gorda se va del chat y lo deja hablando con su prima. Hablan de ella. ¿Así que tiene novio? ¿y quién es? ¿Babe? ¿me la chuparía si me la untase con mayonesa?
Sigue riéndose mientras trata de sostener sobre sus rodillas un plato de arroz. El plato no cabe en el escritorio, que está polvoriento y lleno de cosas, de modo que trata de tenerlo apoyado en el regazo mientras escribe. Hace un gesto brusco y el tenedor se cae al suelo. Lo levanta lleno de pelos y polvo. Decide no usarlo, pero como no quiere dejar de chatear, se come el arroz del plato como si fuese un perro. Tiene los labios grasientos y está vestido con una horrenda bata azul de paño que le queda larga. Hace tres horas que está chateando.
Parece que la chica gorda volvió al chat y dijo algo. Él se ríe otra vez. Gorda pelotuda ¿quién te va a querer tocar? ¿te la imaginás con el novio? Debe ser igual que ella, qué asco.
La única luz en la habitación es la del monitor. Hay montones confusos de ropa, revistas, películas y tazas o platos por todas partes. Hay olor a encierro y a ropa sucia. Se levanta, arrastrando los pies. Hace pis en el baño y vuelve. Recoge el plato de arroz de la pila de ropa sobre la que lo había dejado. Cierto que no tenía tenedor. Bueno. Sigue comiéndose el arroz como un perro y riéndose de esa chica tan gorda.
sábado, 30 de octubre de 2010
En el bosque
Era una cabaña de madera, sumergida en el centro de un bosque gigantesco que crecía a su alrededor, abrigándola. Eran varios; ella y otros amigos, de pie en el centro de la cabaña. Todos miraban hacia la puerta.
Afuera los árboles crecían y se adensaban en silencio. Adentro de la casa, el silencio era el latido expectante de un corazón, del corazón del bosque.
Y de pronto un ciervo había entrado de un salto por la ventana y había corrido a refugiarse en ella. Sus amigos estaban allí, en la penumbra, y también Laura, y ella dijo para sus adentros: "Pero fué, después de todo, a mí a quien eligió, yo fuí elegida para protegerlo, no Laura". El ciervo, muy joven y muy pequeño, tenía una herida antigua en un costado, y seguramente una más nueva, que ella no podía encontrar.
Despertó del sueño con el resabio agreste y húmedo del perfume penumbroso de los árboles, y con un vago desasosiego que no se supo explicar hasta que recordó al ciervo tan pequeño, que buscaba refugio en su regazo.
Afuera los árboles crecían y se adensaban en silencio. Adentro de la casa, el silencio era el latido expectante de un corazón, del corazón del bosque.
Y de pronto un ciervo había entrado de un salto por la ventana y había corrido a refugiarse en ella. Sus amigos estaban allí, en la penumbra, y también Laura, y ella dijo para sus adentros: "Pero fué, después de todo, a mí a quien eligió, yo fuí elegida para protegerlo, no Laura". El ciervo, muy joven y muy pequeño, tenía una herida antigua en un costado, y seguramente una más nueva, que ella no podía encontrar.
Despertó del sueño con el resabio agreste y húmedo del perfume penumbroso de los árboles, y con un vago desasosiego que no se supo explicar hasta que recordó al ciervo tan pequeño, que buscaba refugio en su regazo.
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